Catedral Metropolitana

La historia de la Catedral Metropolitana es tan rica que he decidido dividirla en capítulos para que sea mas amena su lectura.

CATEDRAL: viene de Cátedra término griego que se traduce por «silla en alto«. Catedral es la iglesia en la que tiene su trono el obispo. El nombre procede de «Ecclesia cathedralis«, usado por primera vez en Tarragona el año 516. Se trata, por tanto, de un adjetivo sustantivado. La Catedral es la iglesia madre de la diócesis. También se la denomina «domus Dei«; de ahí, por ejemplo que catedral en alemán se dice «Dom» o en italiano «Duomo«. En español a veces se la llama “Seo”. En Estrasburgo y otros muchos sitios de Alemania y varios de Inglaterra, la Catedral se conoce como “Münster” o “Minster” del latín “Monasterium”, porque fueron usadas por los clérigos para vivir en comunidad

Diccionario Católico

De Indecente a Catedral Metropolitana

Juan de Garay nombrado por el Gobernador de Asunción, Juan Torres de Vera y Aragón, como «Teniente Gobernador y Capitan General en todas las provincias del Rio de la Plata» bajó desde Asunción por el rio Paraná a fines del 1500 a repoblar Buenos Aires. Llevó consigo 60 «hijos de la tierra», diez españoles y una mujer.

«En el nombre de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres Personas y un solo Dios verdadero, que vive y reina por siempre jamás, y de la gloriosísima Virgen Santa María su Madre, y de todos los santos y santas de la Corte del Cielo, yo Juan de Garay…, estando en este puerto de Santa María de Buenos Aires, …hago y fundo en este dicho asiento y puerto una ciudad la cual pueblo con los soldados y gente que al presente he traído para ello, y mandó que se intitule la ciudad de la Trinidad»

Juan de Garay, 11 de junio de 1580

Escribe Garay en el acta el 11 de junio de 1580. El General español, residente en Asunción, ordenó el trazado según las Ordenanzas de Población de las Leyes de Indias de Felipe II del año 1573. Destinó para la iglesia mayor o catedral el mismo cuarto de manzana que ocupa hoy en día. En el acta de fundación se lee: «la iglesia de la cual pongo por advocación de la Santísima Trinidad, la cual sea y ha de ser iglesia mayor parroquial». En lo que atañe a la jurisdicción eclesiástica, la nueva ciudad dependía de la diócesis del Río de la Plata, creada por el rey de España con acuerdo de Paulo III el 1º de julio de 1547, la misma tenía sede en Asunción.

La iglesia parroquial era una construcción con paredes de adobe, columnas de madera y techo de paja. En 1605 el gobernador Hernando Arias de Saavedra, Hernandarias, la mandó demoler por vieja e “indecente”. Un manuscrito del primer gobernador criollo de Buenos Aires reza «… la hice derribar y fabriqué de nuevo… y así este templo con todos los demás de esta Provincia, de pueblos indios como de las ciudades, hasta la Catedral, puedo decir que las he fabricado no sólo con el trabajo y constancia de mi persona, sino a costa de mi hacienda» En 1616 las vigas del techo se rompieron por el alto grado de putrefacción que tenían. Hernandarias mandó a reconstruirla y reformarla. Mientras se hacían proyectos para modificarla, solicitando para ello la contribución pecuniaria de los fieles, la iglesia acabó de derrumbarse. Ni el Cabildo de la ciudad ni los fieles perdieron el ánimo y enseguida fletaron una embarcación al Paraguay para adquirir y traer la madera necesaria para la reedificación del templo. Las obras se iniciaron en enero de 1618.

La tercera construcción del templo

catedral metropolitana

Hernandarias encargó al carpintero Pascual Ramírez que, junto a dos oficiales blancos y nueve indios, llevara a cabo la construcción del tempo por tercera vez. Su costo sería de 1100 pesos. El nuevo edificio resultó más pequeño que el anterior, tanto que en 1621 ya se hablaba de construir otro destinado a Catedral.

Entre tanto, en Madrid y en Roma se llevaban a cabo los trámites para la creación de la diócesis de Buenos Aires. La bula de erección canónica por Su Santidad Paulo V está fechada el 30 de marzo de 1620. Según lo certificado por el escribano del Rey y Mayor de la Gobernación de Buenos Aires, don Juan de Munárriz, el 19 de enero de 1921 tomó posesión del nuevo obispado Fray Pedro de Carranza. El obispo señaló como catedral la única iglesia de clérigos que había en la ciudad. Y en su carta de 4 de mayo de ese mismo año escribía al rey: «está tan indecente (la catedral) que en España hay lugares en los campos de pastores y ganados más acomodados y limpios; no hay sacristía, sino una tan vieja, corta e indecente, de cañas, lloviéndose toda con suma pobreza de ornamentos». Y más adelante: «El Santísimo Sacramento está en una caja de madera tosca y mal parada». «Y en cuanto toca al edificio, es forzoso el entablarla y acomodarla, so pena de que dará toda en tierra y nos iremos a una Iglesia de un convento a hacer catedral». Y en el auto de erección del 12 de mayo de 1622 dejó escrito:

«Sin coro ni sacristía a propósito, la cubrimos de nuevo y retejamos e hicimos sacristía nueva y coro y pusimos pila de agua bendita en medio de la iglesia y trajimos de España, con limosnas que su majestad dio y nosotros en parte tafetanes de colgadura y ternos y otros adornos para servicio del culto divino e hicimos fuera de esto, donación a la catedral de dos cuadros grandes con guarniciones doradas, el uno del glorioso San José, y el otro de la Magdalena».

Además, instituyó dos cofradías: la del Carmen y la de Esclavos del Santísimo Sacramento.

Cuando el tercer obispo de Buenos Aires, el limeño Fray Cristóbal de la Mancha y Velasco (consagrado por su Santidad Urbano VIII) llegó a su sede el 6 de octubre de 1641, halló a la Catedral Metropolitana, si no en estado ruinoso, por lo menos muy deteriorado. Así que concibió la idea de levantar un nuevo templo y se lo comunicó al rey el 19 de noviembre de 1662. Según el plano que le adjuntó, la iglesia iba a tener tres naves; para su construcción se necesitarían 5.000 pesos, suma que solicitaba del real tesoro.

Por real Cédula de Aranjuez, del 10 de mayo de 1663, el rey Felipe IV ordenó que se entregara ese dinero. En el gobernador, don José Martínez de Salazar, el obispo halló quien colaboraba en la construcción del templo con “incansables fatigas y asistencias continuas, solicitando medios, buscando limosnas, poniendo a su servicio su gran inteligencia en las matemáticas, y particularmente en la arquitectura”.

En 1671 la Catedral Metropolitana estaba terminada: constaba de tres naves, su techo de madera y una torre; era de proporciones regulares.

Pero he aquí que una obra con tantas apariencias de solidez, al cabo de siete años, por causa de la calidad inferior de algunos materiales usados en su construcción, empezó a dar muestra de su ruina inevitable.

Más dinero para la Catedral Metropolitana

El año 1678, el nuevo prelado, Antonio de Azcona Imberto, se dirigió al rey haciéndole presente la urgencia en la reparación de la Catedral Metropolitana, y solicitando la suma de 12.000 pesos. Su majestad acudió a la demanda, de tal manera que en octubre de 1680 se dio comienzo a las obras. El historiador Rómulo D. Carbia comenta:

«El peligro estaba en el techo y tenía su origen en que no se le había dado la corriente que exigía la frecuencia y la abundancia de las lluvias. La iglesia goteábase toda, y ello se debía a que los canales que corrían en todo lo largo del edificio, sobre los arcos que dividían las naves laterales y que tenían por objeto recibir las aguas de la nave principal, habían sido construidos con poca capacidad y malos materiales, al punto de producir continuas filtraciones».

Rómulo D. Carbia

Al poco tiempo el techo se desplomó, se destruyó a consecuencia de ello el retablo del altar mayor y se impuso la demolición de la torre por la gravedad de su deterioro.

La reconstrucción se llevó a cabo lentamente, por razones de orden económico, con ladrillos, argamasa, madera de caoba, lapacho y cedro. A pesar de ello, en 1690 la iglesia con sus tres naves estaba cubierta, aunque todavía faltaba terminar su interior sus capillas, la sacristía y había que elevar la torre que hasta entonces sólo contaba del primer cuerpo. Para hacer frente a los gastos se echó mano de todos los medios disponibles: la real hacienda, el obispo con sus rentas y alhajas, el vecindario con sus limosnas. La obra siguió adelante, pero al fallecer el prelado, el 19 de febrero de 1700, aún no estaba concluida.

Su sucesor fue el trinitario Fray Pedro de Fajardo, apostólico y santo prelado, que puso todo su empeño en la conclusión de las obras de la Catedral Metropolitana. En carta de 20 de agosto de 1721 comunicaba el obispo al rey que ya se había dado cima a una de las torres y estaba interesado en levantar la segunda.

Pero al año siguiente –1722- el techo del templo volvió a deteriorarse de tal modo, que se temía su derrumbamiento. Enfermo y en cama, el obispo pidió al Cabildo Eclesiástico que se hiciese cargo de la obra. El Cabildo, sin presupuesto, dirigió un exhorto a los miembros del Ayuntamiento a quien competía, también, poner manos en ese asunto.

Pero por un motivo u otro pasaron dos años sin que se hubiera adelantado nada. El arcediano de la Catedral Metropolitana, el doctor Marcos Rodríguez de Figueroa, decidió tomar como causa personal la terminación de la obra de la Catedral Metropolitana. El 6 de agosto de 1723, pidió permiso al Cabildo para que un clérigo junto a otra persona saliera por las calles a pedir limosna a las personas que tuvieran. Consiguió $1.500 del vecindario, hizo un empréstito de $ 2.500 y $ 1.000 provinieron del cabildo secular. La real hacienda dio $1.800 y el propio arcediano $3.000 de sus propios haberes. Con este monto recaudado se consiguió terminar con el trabajo de las torres, arreglo de las naves y el del pórtico; además, en 1725, un ciudadano de nombre Tomás Trupp, hizo una donación de 5.000 pesos para la compra de cinco campanas. En la actualidad  el campanario es electrónico, fue bendecido el 5 de septiembre de 2014, donado por la representación de Taiwán en la Argentina.

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