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Todos los Santos y los Fieles difuntos

Todos los Santos y los Fieles difuntos. Para entender el verdadero significado de la solemnidad de todos los santos y la conmemoración de los fieles difuntos tenemos que recordar que para la iglesia hay tres estados.

La iglesia terrenal, en la que estamos todos nosotros. La iglesia purgante, la que está conformada por los fieles difuntos que están esperando la purificación para ascender al Cielo. A todos ellos los recordamos especialmente el día de los fieles difuntos, el 2 de noviembre, para que pronto vayan al cielo. La iglesia triunfante, a ellos, los santos, los honramos el 1 de noviembre.

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Orígenes de todos los Santos y los fieles difuntos

El Papa Gregorio III eligió el 1 de noviembre como fecha del aniversario de la consagración de una capilla en San Pedro a las reliquias «de los santos apóstoles y de todos los santos, mártires y confesores, y de todos los justos perfeccionados que descansan en paz en todo el mundo». Al llegar a la época de Carlomagno, la fiesta en honor de todos los santos se celebra en forma amplia. El 1 de noviembre, el rey franco Luis el Piadoso en el 835, la decreta como fiesta de precepto. El decreto se emite «a petición del Papa Gregorio IV y con el consentimiento de todos los obispos».

En el año 998, el monasterio benedictino de Cluny instaura la conmemoración de todos los hermanos difuntos. Esta práctica se extendió a otros monasterios y, después, a las parroquias regidas por clérigos seculares. En el siglo XIII, Roma inscribió este día de conmemoración en el calendario de la Iglesia universal. La fecha se mantuvo, de forma que todos los difuntos, en la comunión de los santos, fuesen recordados al día siguiente. Los santos elevados a la gloria del cielo el día 1 de noviembre, y el resto de fieles, el día dos.

Dijo Francisco

El Papa Francisco durante el Ángelus del 2 de noviembre del año 2014. «Ayer celebramos la solemnidad de Todos los santos, y hoy la liturgia nos invita a conmemorar a los fieles difuntos. Estas dos celebraciones están íntimamente unidas entre sí, como la alegría y las lágrimas encuentran en Jesucristo una síntesis que es fundamento de nuestra fe y de nuestra esperanza. En efecto, por una parte la Iglesia, peregrina en la historia, se alegra por la intercesión de los santos y los beatos que la sostienen en la misión de anunciar el Evangelio; por otra, ella, como Jesús, comparte el llanto de quien sufre la separación de sus seres queridos, y como Él y gracias a Él, hace resonar su acción de gracias al Padre que nos ha liberado del dominio del pecado y de la muerte»