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Los retablos mayores de las iglesias coloniales

Los retablos mayores son la obra fundamental de cada templo. Los retablos porteños constituyen la última seria, elaborada para los edificios realizados a los largo del siglo XVIII. Desde el punto de vista iconográfico conocemos tres retablos mayores: San Ignacio, La Merced y El Pilar.

los jesuitas
Retablo de San Ignacio

La datación de estos retablos mayores es: San Ignacio de 1767. El de La Merced corresponde a 1788. El del Pilar es más tardío, corresponde a 1835.

No hemos logrado encontrar documentos  sobre la disposición original en San Ignacio. Por su parte Nuestra Señora del Rosario parece no haber tenido un verdadero retablo, sino un nicho con algún arreglos de cortinas. También una pintura que oficiaba de velo y unas pocas imágenes.

ns del pilar
Retablo Nuestra Señora del Pilar

Sabemos que Jose de Souza compuso el retablo de Nuestra Señora del Rosario. El precio de los documentos encontrados era $3.000. Este escaso valor confirma que el retablo no estaba completo. Por otra parte en las descripciones aparece mencionado «un cuadro que sirve de velo pintado en él Nuestra Señora del Pilar». La virgen sostenía un Niño, y a lo largo de los años siguiente el altar se completa. También se suman algunas imágenes: San Agustín, San Telmo y Santa Rosa. En los pilares dos pinturas de San Pedro Mártir y la Trinidad

En cuanto a la Catedral, disponía de un cariado conjunto de imágenes que luego del derrumbe fueron reemplazados por la Inmaculada que ocupa hoy, el nicho central.

El retablo mayor de la Catedral, antes del derrumbe, tenía nueve nichos, tal vez en dos cuerpos de tres calles. El retablo actual corresponde a Isidro Lorea, colocado en 1782. La Inmaculada no tenemos datos de cuando fue instalada. Seguramente fue antes de su consagración en 1804. Por su parte la Trinidad se la colocó en el ático en 1800.

«Por $8 que di a su patrón Clabera y sus marineros para hacer el andamio y subir a la Sma. Trinidad al lugar en que está colocada»

Retablos Mayores: Isidro Lorea

Isidro Lorea era un ebanista que nació en Villafranca, entonces reino de Navarra. Este vasco llegó a Buenos Aires en 1757. Se destacó por otra especialidad: el tallado y dorado de figuras y columnas para los retablos de las iglesias locales. Se casó con Isabel Gutiérrez Humarés, una joven de la alta sociedad porteña.

En 1782, el hombre compró dos hectáreas en las afueras de la ciudad. Era un terreno anegadizo que ocupaba un sector de lo que hoy delimitan las calles San José, Rivadavia, Virrey Cevallos e Hipólito Yrigoyen, al que conocían como “el hueco de La Piedad”. Instaló un mercado, rodeado de barracas y algunos hospedajes. Su visión para los negocios lo convirtió en un rico comerciante. En ese mercado se vendían objetos llegados desde distintos lugares del país como cueros, vestimentas y hasta sal de buena calidad.

Pero la invasión de 1807 fue el final de esa prosperidad. Aquel 5 de julio el hombre, junto con varios de los esclavos que trabajaban para él, enfrentó a los ingleses y todo terminó en tragedia: Lorea y su esposa resultaron heridos a bayonetazos cuando peleaban contra los invasores y murieron unos días después. También, junto a ellos cayeron los esclavos, luego reconocidos como héroes de la resistencia.

Los historiadores cuentan que durante todos los combates que hubo ese día en la ciudad, los ingleses tuvieron 311 muertos (15 oficiales y 296 soldados) y 679 heridos (57 oficiales y 622 soldados), además de sufrir la pérdida de más de 1.500 hombres tomados como prisioneros. Y en “la sangrienta batalla de Plaza Lorea“ cayeron los hombres de cuatro secciones del regimiento 6 y ocho secciones del 9.

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