Iglesia y Convento Santa Catalina de Siena

Cinco religiosas del Convento Santa Catalina de Siena de la ciudad de Córdoba fueron elegidas Madres fundadoras de su par en Buenos Aires. Las monjas tardaron alrededor de quince días en hacer el trayecto, llegando a la ciudad el 25 de mayo de 1745. Debido a que el monasterio aún no estaba terminado, se alojaron en una casa preparada especialmente, con su pequeña clausura y capilla. Allí permanecieron varios meses hasta la solemne inauguración el 21 de diciembre del mismo año.

Ese día, las Madres fundadoras con cinco postulantes, fueron conducidas en carruajes hasta la Catedral de Buenos Aires. Allí comenzaron los actos, con la presencia del Gobernador maestre de campo don José de Andonaegui. De ese lugar salieron a pie en procesión hacia el monasterio, acompañadas por los miembros de los dos Cabildos, eclesiástico y secular. También las Ordenes Religiosas de la ciudad, franciscanos, dominicos, jesuitas y mercedarios. El Obispo Fray José de Peralta llevaba personalmente el Santísimo Sacramento descubierto. El pueblo de Buenos Aires estaba de fiesta, las campanas del nuevo monasterio se unían a las de la Catedral y demás templos. Además las calles estaban adornadas, y las ventanas vestidas con estandartes y tapices. La ciudad permaneció iluminada tres noches en señal de regocijo público. En el monasterio, las fiestas religiosas tambien tres días.

El Comienzo de Convento Santa Catalina de Siena

A principios del siglo XVIII, el presbítero Doctor Dionisio de Torres Briceño propuso al Rey Felipe V la edificación de un monasterio para mujeres en la ciudad de Buenos Aires. Las gestiones ante el rey de España fueron fructíferas. El permiso le fue otorgado a través de la Real Cédula del 27 de octubre de 1717. Pero, con la expresa restricción de que en ningún caso el número de religiosas pasase de cuarenta.

Fundada en el año 1580, Buenos Aires no contaba con ningún convento de religiosas, a diferencia de otras ciudades de la América española como Córdoba, Santiago de Chile, Lima y Chuquisaca.

El lugar elegido por Torres Briceño para emplazar el monasterio fue en un predio frente al Hospital del Rey. Ubicado en las esquina de las actuales calles México y Defensa. En 1727, tras adquirir varios solares, se dio inicio a las obras de construcción.

Los planos fueron trazados por Andrés Bianchi, famoso arquitecto italiano perteneciente a la Compañía de Jesús. Este religioso junto a Juan Bautista Prímoli, también jesuita, diseñaron algunos de los principales edificios y templos de las ciudades de Buenos Aires y Córdoba, como el Cabildo, el Colegio y la Iglesia San Ignacio, la Iglesia del Pilar, la Iglesia Nuestra Señora de la Merced, la Iglesia de San Francisco y Capilla San Roque y la Catedral de Córdoba.

Se paraliza la construcción

Al poco tiempo de iniciada la construcción, se produjo el fallecimiento de su fundador el 24 de abril de 1729. El Briceño donó todos sus bienes al monasterio. La edificación se paralizó por varios años. Quedó en suspenso hasta el gobierno del brigadier Miguel de Salcedo, quien en 1737 llama a licitación para continuar la obra. La construcción fue adjudicada al capitán Juan de Narbona, constructor del convento de Recoletos.

Este solicitó al gobernador el cambio de ubicación ya que consideraba que el monasterio se encontraba en la parte baja de la ciudad, que las paredes existentes eran débiles para resistir otra carga y que la superficie era escasa. Propone asimismo un nuevo terreno de una manzana completa, llamada «la Manzana del Campanero», en el barrio del Retiro. Se encontraba a siete cuadras de la Plaza Mayor, en la calle de la Catedral y tenía las ventajas de ser un barrio más seguro, en mayor altura con mejor vista al río y algo desviado del bullicio y comercio de las calles principales.

Luego de escuchar las divergentes opiniones del Cabildo secular y del Cabildo Eclesiastico (el primero se oponía al cambio mientras el segundo era partidario del traslado), el gobernador aprobó el 25 de septiembre de 1737 la propuesta de Narbona de abandonar lo edificado y adquirir el nuevo predio. Ese mismo año, se compra el nuevo terreno, propiedad de la familia Cueli, manzana hoy limitada por las calles San Martín, Viamonte, Reconquista y Córdoba. Se comenzó de inmediato la construcción del nuevo monasterio en ese lugar, basándose en los planos originales trazados por Bianchi e incorporando algunas modificaciones.

Vida en el Convento Santa Catalina de Siena

Las Monjas Catalinas habitaron el monasterio hasta el año 1974 (en la actualidad lo hacen en el Oeste del Gran Buenos Aires). Ellas pertenecen a lo que se denomina la Segunda Orden Dominicana, siendo la Primera Orden la de los Padres Dominicos o Frailes Predicadores. Esta Orden fue fundada por Santo Domingo de Guzmán a principios del siglo XIII. Dedicadas a la vida contemplativa, su ideal es tender a la perfección por medio de la oración y la penitencia. La clausura de las monjas era absoluta. La Misa Conventual y la Comunión diaria constituían el centro de la vida espiritual del monasterio, regida por la profesión de los votos de pobreza, castidad y obediencia.

De acuerdo con el designio de su fundador, el Presbítero Dr. Dionisio de Torres Briceño, las religiosas de Santa Catalina se caracterizaban por su austeridad. Debían llevar el rostro cubierto con un velo; un vestuario y calzado completamente modestos; y tenían prohibido usar alhajas, relojes, abanicos, rosarios curiosos, y cualquier otro elemento que desmereciera la santa pobreza y desapego con lo material. Asimismo, las celdas debían estar equipadas con lo indispensable.

Como parte de su vida cotidiana, además de dedicarse a la oración, las monjas realizaban diversos trabajos como la encuadernación de libros. También la restauración de obras de arte, confección de ornamentos religiosos, y sobre todo, bordados y costura. También se dedicaban a la literatura, a la poesía y a la música. Aún se conservan composiciones poéticas de Sor Cayetana del Santísimo Sacramento. Muchas religiosas formaron parte del coro del convento, cantando en las misas solemnes. Otras monjas se desempeñaron como organistas.

Los capellanes también cumplieron un rol importante en la obra del monasterio. La capellanía de Santa Catalina fue siempre la más importante de las ejercidas en Buenos Aires por miembros del clero secular. La desempeñaron muchos sacerdotes que después pasaron a ejercer curatos o los promovieron a dignidades más elevadas.

Desde que abrió sus puertas, la Iglesia Santa Catalina de Siena se convirtió muy pronto en un foco de atracción para los creyentes. Las celebraciones religiosas se distinguieron por su recogimiento. Además su púlpito siempre tuvo la presencia de los más ilustres oradores sagrados de Buenos Aires, en particular por los de la Orden Dominicana.

El complejo y su protagonismo en la historia Argentina

convento santa catalina

El Convento Santa Catalina de Siena se encuentra ligada a importantes acontecimientos de la historia argentina. En 1755 las Monjas Catalinas bordaron el Real Estandarte de la Villa de Luján, a pedido del protector del monasterio, don Juan de Lezica y Torrezuri, gran benefactor de la Villa de Luján y por largos años su Alférez Real. Los estandartes simbólicos representaban a la persona del Rey de España y de las Indias, y la ceremonia de sacarlo a la calle durante actos de gran pompa, constituía un homenaje que significaba sumisión y obediencia a la metrópoli.`

Asimismo, junto con las Monjas Capuchinas confeccionaron 4.000 escapularios con la imagen de Nuestra Señora de La Merced para los jefes y soldados del ejército del Norte, liderado por el general Manuel Belgrano, en la época de la Independencia.

A fines del siglo XVIII, el Convento Santa Catalina de Siena era el lugar elegido por la cofradía de plateros, dedicados al arte de la platería, para celebrar la festividad de su Santo Patrono, San Eloy. Este Santo, nacido en Chatellat, Francia hacia el 587, fue uno de los más bellos ornamentos de la iglesia. La conmemoración se realizaba todos los 1º de diciembre y consistía en una misa cantada con sermón y asistencia de los artesanos.

Una situacion complicada en el Convento Santa Catalina de Siena

El Convento Santa Catalina de Siena también adquirió protagonismo durante la 2ª Invasión Inglesa. En ese momento, las tropas inglesas, lo tomaron como baluarte, junto con Santo Domingo, San Ignacio, La Merced, San Pedro Telmo y el Retiro. En la mañana del día 5 de julio de 1807, cuando el ejército británico se dispuso a conquistar Buenos Aires, se ocupa el monasterio por tropas pertenecientes al 5º regimiento inglés. Los atacantes penetraron por la pequeña puerta del comulgatorio que comunica con el coro bajo y permanecieron en Santa Catalina hasta el día 7 del mismo mes.

“Allí recibimos de rodillas en un profundo silencio: acabábamos de prepararnos para la muerte que creíamos cierta… Unos apuntaban con fusiles; otros nos asestaban con las bayonetas; y otros nos amenazaban con sus espadas…” así relato el primer contacto con ejército invasor la priora del convento, Teresa de la Santísima Trinidad en una carta fechada el 27 de setiembre de 1807

Encerradas en una celda a oscuras y sin otro alimento que «…el Santísimo Cuerpo de nuestro amabilísimo Redentor Jesucristo en la comunión del día anterior…», las religiosas no fueron agredidas físicamente por los soldados. El convento sufrió un destrozo importante: la puerta fue rota a hachazos, ropas, camas y muebles fueron robados, rotos, o utilizados para los enfermos. El templo fue profanado; rompieron imágenes, robaron adornos y los pocos vasos sagrados que no se habían enterrado.

Tras la rendición de los ingleses el 7 de julio, el Convento de Santa Catalina, como la mayoría de los conventos y varias casas de familia, se convirtió en un hospital improvisado para asistir a los heridos de ambos bandos.

Cambio de manos

Durante la reforma eclesiástica impulsada por el Ministro de Gobierno Bernardino Rivadavia, en 1821, se suprimieron algunas órdenes religiosas y sus bienes pasaron al Estado. Además, se prescribieron rígidas normas para ingresar a la vida conventual. Pero, tanto el monasterio de las Catalinas, como el de las Capuchinas o Monasterio de Santa Clara, no formaron parte de la reforma y fueron respetados.

Barrio del Retiro o de las Catalinas

El Monasterio Santa Catalina de Siena creció en el Barrio del Retiro y el barrio con él. Este le debe su nombre a la Compañía de Inglaterra «Mar del Sur», asiento del Mercado de Esclavos, quien lo denominó así porque la Real Cédula que autorizaba su establecimiento estaba dictada en Madrid en el Palacio del Buen Retiro. A partir del establecimiento del monasterio, también comenzó a ser conocido como el «Barrio de las Catalinas». 

Hasta principios del siglo XIX, se conformaba principalmente por casas-quintas de prestigiosas familias de Buenos Aires. En 1874, el barrio recibió un fuerte impulso comercial con la instalación de la gran empresa «Muelle de las Catalinas» en los terrenos ubicados entre Paraguay y Viamonte. Donde se construyó un muelle con líneas férreas y grandes depósitos. Luego, en 1889 se levantó frente al monasterio el famoso edificio del «Bon Marché». Que posteriormente fue adquirido por el ferrocarril del Pacífico y hoy está ocupado por el centro comercial Galerías Pacífico.

Asimismo, el Barrio de las Catalinas adquirió una importancia social extraordinaria después de la caída de Rosas. Cuando se radicaron en la zona las principales familias de Buenos Aires que antes vivían al sur de la Plaza Mayor, en el barrio del Convento de Santo Domingo.

Desde el 2001 por iniciativa del Cardenal Primado de la Argentina, Monseñor Jorge Bergoglio, hoy Francisco, funciona allí el Centro de Atención Espiritual (4311-1543), que trabaja de 8 a 20.

Punto final a un conflicto

monasterios

Durante años, el historiador Félix Luna se ilusionó con que frente a su domicilio de Reconquista 754, en el microcentro, se creara un amplio espacio verde donde pudiera «fumarse un puchito, tomar un café y leer un rato bajo los árboles». Según recordó su hija Felicitas al diario La Nación en 2016. Ese espacio nunca se creó. Por el contrario, en marzo de 2011 el gobierno porteño autorizó la construcción de un edificio de 60 metros, con seis subsuelos de cocheras, que abarcaría todo el frente de Reconquista, desde la avenida Córdoba hasta Viamonte, y que lindaría en su fondo con la iglesia y el monasterio de Santa Catalina de Siena.

En octubre de 2016, el Tribunal Superior de Justicia porteño puso un freno definitivo al emprendimiento inmobiliario. Confirmó la nulidad de la resolución que lo había habilitado. Según argumentó, por «no habérsele dado intervención» en el caso a la Secretaría de Planeamiento Urbano, un paso ineludible de acuerdo con la normativa vigente, lo que tornó vicioso el procedimiento administrativo.

El caso había llegado a la Justicia en mayo de 2011 cuando Felicitas Luna, la ONG Basta de Demoler y Lucas Terra, vecino del barrio y arquitecto, iniciaron una acción de amparo con el fin de revocar el permiso de la descomunal obra: consideraban que su ejecución le produciría al monasterio y la iglesia un «daño irreparable» debido a los inevitables movimientos a los que serían sometidos.

Una conmovedora historia en la Iglesia y Convento Santa Catalina de Siena

Dejamos el relato Grace Aza, una de nuestras seguidoras:

En el año 1963, yo vivía a 50 metros del convento. Iba a estudiar catecismo con las señoritas que iban de voluntarias. Porque en mi escuela, Nuestra Señora de La Merced, no permitían estudiantes antes de los 8 años para tomar la comunión. Me prepararon y tuve que estudiar todo el catecismo de memoria. Sólo tenia 6 años y para mi era difícil. Pero ahí en el convento, estaban las monjas de clausura, que me alentaban por verme chiquita. Ellas me hablaban detrás de los cortinados, ya que no podían salir.

También se usaba un torno, que es como un ventana giratoria que no se ve pero se puede hablar. Ellas por ahí me pasaban estampitas de San Martín de Porres y Santa Catalina. En síntesis estudie un año, y tome la comunión, junto con mi hermano en El Santísimo Sacramento de Jesús. Único lugar que me permitieron tomarla a los 6 años, a pedido de mis padres. Ya que era la ultima voluntad de mi abuela paterna vernos tomar la comunión y así fue, gracia a mis padres y a los que colaboraron. Mi abuela partió a los 3 meses feliz.

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