Catedral Metropolitana (parte II)

Al morir Fray José de Peralta Barrionuevo y Rocha Benavídez, el 17 de noviembre de 1746, se reunió el Cabildo y eligió vicario capitular al Dr. Bernardino Verdún de Villaysán, una de cuyas principales ocupaciones –y las del Cabildo- fue el mejoramiento de la catedral. Cómo primer acto, tanto el vicario capitular como el Cabildo, hicieron traer de Potosí 400 lingotes de oro y los elementos necesarios para hacer dorar el retablo. El trabajo se le encomendó al ebanista vasco Isidro Lorea, que 1766 comienza a tallar y dorar las figuras y columnas de los retablos, incluido el mayor finalizado en 1789. Las piezas fueron unidas con clavos de hierro forjados por esclavos que luego se convirtieron en los primeros artesanos retablistas de la ciudad.

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El retablo mayor tiene un peso de 20 toneladas.  Luego se ocuparon de blanquear la sacristía mayor, los pilares del cañón principal, de todas sus capillas y del bautisterio; se cerraron los tres arcos que se hallaban bajo la torre, «así por hallarse sin abrigo –dicen los documentos- y expuestos a los vientos y polvos que perjudica mucho al aseo de la Iglesia, como porque el Señor gobernador, las reales juntas, el teniente de sacristán mayor, que vive en uno de los accesorios, y otras personas temerosas de Dios tienen informado que sirve, de noche, de abrigo de liviandades».

Además de ello, el Cabildo se ocupó en hacer alargar el presbiterio, ensanchar la mesa del altar mayor, cuyo retablo compuso en sus dos caras. Se realizaron trabajos en la sala capitular y el archivo, donde se ordenaron y compusieron según las normas de la época de tal manera que no sufrieran deterioro los documentos y papeles que allí se iban a guardar. El Cabildo tuvo que sufragar los gastos que traían consigo estos arreglos y limpiezas. Un vecino de la ciudad, Agustín de García, donó 500 pesos para el dorado y pintura al óleo del coro principal.

Derrumbe en la Catedral

A las nueve de la noche del 23 de mayo de 1752 se derrumbó una parte de la catedral y entre las seis y la siete de la mañana del día siguiente se desplomaron, según informe del gobernador José de Andonaegui«las tres bóvedas de iguales naves». Y el obispo de entonces, don Cayetano Marcellano y Agramont informaba al rey que fue preciso «derribarla enteramente por la poca firmeza de las paredes que han quedado y empezar su fábrica desde los cimientos con más solidez y extensión que los de la antigua, que por su cortedad no parecía catedral, y a juicio del más acreditado alarife pasará su costo de doscientos mil pesos por el subido precio de los materiales en este puerto» y terminaba solicitándole «se sirva aplicar a tan útil y necesario edificio la cantidad de dinero que arbitre su real clemencia…»

Este pedido se pasó al Virrey del Perú José Antonio Manso de Velasco, a la vista del fiscal y a la real audiencia. Por ello, transcurridos tres años, sin contar con la autorización real y sin haber enviado los planos para su autorización, y con el total apoyo del Cabildo Eclesiástico, empezó el obispo a levantar la nueva catedral, la actual, según los planos del arquitecto turines Antonio Másella.El celebre vecino Domingo de Basavilbaso (quien construyera en su domicilio el primer aljibe de Buenos Aires), en 1754 se hizo cargo de la tesorería y dirección de la obra del nuevo templo. La nueva catedral, según el plano de Antonio Másella, contempló un edificio de 100 varas de largo desde la puerta hasta el Altar Mayor sería de cruz latina, con tres naves y seis capillas laterales a ambas, realizada en material y a un costo de 200.000 pesos.

La catedral se fue edificando con los pocos bienes de la iglesia y con la cooperación económica del pueblo. En 1758 se pudo inaugurar la llamada nave de San Pedro, la que se halla a la derecha de la puerta de entrada, y también el nuevo bautisterio.Las disputas que el rey de España comenzaba a tener con los jesuitas, por el avance de la corte portuguesa sobre las misiones, hicieron que la ayuda de la corte de Madrid llegara recién en 1760.

El sucesor del obispo Cayetano Marcellano y Agramont, fue el porteño José Antonio Bazurco y Herrera, quien ocupó sólo un año la sede bonaerense, pero hizo también su obra contribuyendo a la prolongación del templo al donar el terreno de una casa, contigua a la iglesia, pertenencia de su hermana, doña María Josefa Bazurco, tasado en 7.500 pesos, que pagó de su peculio personal. Una dificultad sobrevino en 1770, en que al detectarse grietas en la media naranja o cúpula, fue necesario proceder a su demolición. Esto implicó que se le embargara al turines Másella el dinero necesario para su reparación. Se le encargó, entonces al arquitecto Manuel Álvarez de Rocha que concluyera las obras.

A los siete años los trabajos tuvieron que suspenderse porque también se había suspendido la ayuda estipulada en 6.000 pesos. En 1778 fue demolido el pórtico porque no concordaba con las proporciones del edificio de la catedral; también fueron derribadas las torres por no estar de acuerdo con el estilo del templo.

Fue el penúltimo obispo, de la era virreinal, de Buenos Aires don Manuel Azamor y Ramírez, quien lo inauguró el 25 de marzo de 1791, treinta y ocho años después de iniciada su reconstrucción en 1753.El papa Pío VIII eligió al último obispo de la era hispánica don Benito de Lué y Riega en 1802. La catedral fue consagrada por él en 1804, quien completó lo que aún le faltaba: el frontis y las torres. Las obras se comenzaron en 1804, pero en 1807 hubieron de suspenderse por falta de dinero.

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Concluyen las obras en la Catedral

Pasados los años, independizado ya el país de la Metrópoli, el gobernador de Buenos Aires, Martín Rodríguez, en la persona de su ministro, Bernardino Rivadavia, puso un gran interés en la conclusión de las obras de la catedral. A través de un decreto de noviembre de 1821 el gobierno rivadaviano da inicio al actual pórtico de acceso. El mismo afirma: “Cuando la patria se prepara a dar una prueba sin ejemplo de su reconocimiento al ejército que ha conquistado la independencia; y cuando colocada en su más digna aptitud se ocupa de garantir a todas las clases el fruto de esa misma independencia, la libertad y la civilización; el gobierno cree que para perfeccionar esta obra inmortal debe contraerse a patentizar los sentimientos de gratitud y gracias que rinde a la protección que la Divina Providencia se ha dignado acordar a este país». Al respecto, se sabe con certeza que las del frontis se comenzaron en el mes de enero de 1822. Es digno de mencionar que la Catedral estuvo sin fachada durante tres decenios y así la muestra la acuarela de J. E. Eliot o Egiot, probablemente algún oficial inglés que estuvo en Buenos Aires durante las invasiones de 1806 – 1807.

Se puede ver la situación del frente tapiado y las grandes torres demolidas.

El encargado de terminar el templo, fue el ingeniero francés Próspero Catelin. Hay algunos autores que afirman que al levantar la columnata del frontis tuvo a la vista la de La Magdalena de París. Pero si confrontamos una y otra, constataremos en seguida que en realidad no es así. En primer lugar, La Magdalena tiene ocho columnas y la catedral de Buen os Aires doce. En segundo término, las obras de La Magdalena se concluyeron el año 1842 y por tanto no podía tomarse como modelo lo que aún estaba por concluir en 1822. Según el arquitecto Juan Antonio Buschiazzo más bien parece que Catelin «se hubiese inspirado en el parisino Palais Bourbon, cuya fachada tiene también doce columnas y que acababa de ser terminado por el arquitecto Poyat en 1807».

Las doce columnas, (se supone que quiso representar a los apóstoles), se concluyeron en 1823, aunque sin capiteles y sin las esculturas del tímpano. Las columnas se revocaron en 1862, y ese mismo año, el escultor francés Joseph Dubordieu realizó un bajorrelieve en el tímpano con la escena del Antiguo Testamento en la que Jacob se encuentra con su hijo José en Egipto, alusión al encuentro de los argentinos después de la batalla de Pavón en 1861. Las columnas son del orden corintio.

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