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Isidro Lorea, el ebanista vasco de Buenos Aires

Isidro Lorea arribó a Buenos Aires en 1757. Nacido en Villafranca, Reino de Navarra, llegó a estas tierras impulsado por su amigo el Marqués de Sobremonte. Estudió arquitectura, sin embargo la ebanistería era su mayor virtud. Al no existir ese tipo de oficio en el Río de la Plata fue lo que, a este emprendedor, lo sedujo a viajar.

A poco de llegar contrajo matrimonio con Isabel Gutiérrez Humanes de Molina y Echeverría. Ella era hija de una distinguida familia, incorporándose así, a la élite de la ciudad.

Retablo de la Catedral Metropolitana

En la ebanistería de Isidro Lorea se realizó el retablo mayor de la Catedral que pesa 20 toneladas. También hicieron tallas y dorados de retablos de la Parroquia de San Ignacio, la más antigua de Buenos Aires.

Para ese templo también efectuó un marco de cedro para una tela del valenciano Miguel Aucell. Allí se representa al fundador de la Compañía de Jesús adorando a la Santísima Trinidad.

Retablo de en Santa Catalina de Siena

También talló los retablos de las iglesias de los Frailes Capuchinos. El de las Hermanas Catalinas. El púlpito de la Basílica de San Francisco. El de la Iglesia y Convento Santa Catalina de Siena. También obras para el de San Carlos en Santa Fe.

Isidro Lorea, su plaza

En 1782, el hombre compró dos hectáreas en las afueras de la ciudad. Un lugar que estaba un metro bajo el nivel del mar. Corresponde a las actuales calles San José, Rivadavia, Virrey Cevallos e Hipólito Yrigoyen. Se lo conocía como “el hueco de La Piedad”. Por su cercanía a esa parroquia.

plaza lorea

Lo rellenó y donó parte de ese terreno para que se construyera una plaza destinada a paradero de carretas. Su amigo Rafael Sobremonte lo exonera, por ese gesto, de pagar impuestos. Isidro Lorea le pide como condición que la plaza lleve su nombre para siempre. Ya virrey Sobremonte lo aprobó definitivamente en 1808. Hoy es la única plaza, de las 700 de la Ciudad, que mantiene su denominación colonial.

Su muerte

Isidro Lorea construyó su taller, su casa y su almacén de maderas junto a su plaza. Llamada en ese entonces el «hueco de Lorea». También loteo terrenos aledaños y comenzó a formarse un pequeño poblado.

Su prosperidad finalizaría con la segunda invasión inglesa de 1807. Un 5 de julio de ese año Isidro, junto con varios de los esclavos que trabajaban para él, enfrentó a los ingleses. Todo terminó en tragedia. Lorea y su esposa resultaron heridos a bayonetazos cuando peleaban contra los invasores. Ambos murieron unos días después. También, junto a ellos cayeron los esclavos, luego reconocidos como héroes de la resistencia. Su casa y depósito fueron saqueados por el invasor.

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