Convento

El Convento profanado por el invasor inglés

El convento Santa Catalina de Siena, cito en San Martín y Viamonte, el 5 de julio de 1807 fue ocupado por tropas inglesas. Permanecieron allí dos días. Aquí el relato de su priora, Teresa de la Santísima Trinidad. Son fragmentos de una carta fechada el 27 de setiembre de 1807, dirigida al Arzobispo de Charcas, el Catalán Benito María Moxó y Francolí.

El convento sufrió importantes destrozos: la puerta fue rota a hachazos, ropas, camas y muebles fueron robados, rotos, o utilizados para los enfermos. El templo fue profanado, rompieron imágenes, robaron adornos y los pocos vasos sagrados que no se habían enterrado.

“Sea Dios alabado en justicia y misericordia: él hizo que por conjunto de improvisos sucesos se viese sobre nuestras cabezas el azote con que su divina justicia quiso castigar nuestros defectos, poniéndonos en las manos de unos enemigos inicuos, pésimos y prevaricadores; y entregándonos al poder más injusto que hay en la tierra: pero jamás nos desamparo. No permitió se descargase el golpe: no separó de nosotros su misericordia; y obró en estas sus mas indignas siervas, sus bondad y mansedumbre.

Mas adelante la priora describe como fue al acceso al Convento por parte del invasor:

«oír los hachazos con que despedazaban las puertas del templo; de percibir ya en este la vocería irreligiosa de los impíos; de estremecemos con los tremendas golpes que descargaban en las cerraduras de nuestro comulgatorio, único antemural que defendía la clausura, de la inundación de aquellos lobos; y finalmente la de vemos cercadas de estos impíos, que entraron de tropel en la puerta de nuestro alojamiento donde estábamos unidas las setenta religiosas que componemos esta comunidad, inclusas las doce claustrales sirvientas.

El convento profanado puerta del comulgatorio
La puerta en cuestión, arriba la placa que la identifica

La comunidad de las 70 dominicas estaba dividida según su status socioeconómico, su compromiso religioso y sus aptitudes personales. Las monjas se distinguían entre las de velo negro —que formaban parte del coro, cumplían el Oficio Divino y asistían a la misa conventual— y las de velo blanco, de menor rango.

No eran monjas quienes tomaban “hábito de tercera” o donadas. Además, el monasterio cobijaba a viudas sin ingresos y a mujeres pertenecientes a las castas raciales. Su función era la de servir a las monjas.

En el tercer escalón estaban las mujeres que entraban sólo como sirvientas. Y en el último se hallaban las esclavas, quienes ingresaban por compra o donación.

Teresa describe luego que permanecieron de rodillas esperando su muerte. Que fueron amenazadas con fusiles, bayonetas y sables. Sin embargo en ningún momento rompieron su voto de silencio.

“Sí, mi venerado prelado y amado padre en Jesucristo: aquella legión de devoradores lobos que en los contornas de la ciudad no habían omitido exceso; aquellos (que atropellando los derechos ejercitaron su saña, sin perdonar sexo, estado ni edad; aquellos mismos (que se habían entregado a todo género de atrocidad, aun en medio de las armas de los nuestros, son los que entraron en nuestro aprisco, los que nos amenazaron con las suyas, y pudieron impunemente ofendernos: pero no lo hicieron. Su furor se desvaneció como el humo: sin tocarnos nos dejaron en la positura que nos hallaron, y como huyendo sin que nadie los persiguiese, se internaron en lo demás del convento.»

Esperaban lo peor, que no era ser asesinadas, sino ser ultrajadas por los ingleses.

“Pero alabado sea Dios por sus grandes bondades! El estaba entre nosotras. Ni con la expresión, ni con el hecho recibieron insulto nuestras personas; no se ofendió en lo mas mínimo lo sagrado de nuestra profesión. Atribúyalo el mundo a lo que quiera: nosotras conocemos y confesamos, que todo es obra de nuestro amantísimo Jesús. Yo no puedo recordar nuestra libertad sin que a mi corazón se agolpen mil afectos de gratitud y reconocimiento.

Al día siguiente, y por pedido del capellán de la iglesia, un sargento del regimiento ingles les permitió salir del comulgatorio

“Con el permiso y auxilio de este buen hombre pasamos a un claustro más interior, donde dividí a la comunidad en dos celdas contiguas, porque creí no convenir más separación. Se dispuso un puchero para alimentarnos esa noche, en particular a dos de mis hijas, que por sus enfermedades se hallaban moribundas, pero sin mostrar flaqueza en las pasadas tribulaciones. Allí empezamos a sentir algún alivio, y creí nuestras personas algo mas seguras, contribuyendo a uno y otro la tutela del sargento a quien los demás respetaban. Así pasamos hasta el día 7 en que la bondad de nuestro Padre Dios quiso dejarse ver en toda esta ciudad con la singular victoria que consiguió del ejército invasor.

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